Las casas a la orilla del río

Un reportaje de Glenda GirónFotografías de Érica ChávezJuan Antonio Martínez solía trabajar como mesero. Recibía un sueldo y propinas por servir platos de mariscos o baldes con cervezas en un restaurante. Así, pudo comprar una cocina, un camarote y un par de camas. Cada mañana, durante los últimos seis años, se levantó de una de esas camas y estuvo a menos de un metro de la borda. Entre uno y otro, apenas una lámina.Tras ese muro, pasa el río Chilama que, a unos cuantos metros más adelante, se hace mar. Desde donde está parado Juan Antonio se alcanza a ver bien cómo ese mar recibe al río. "Hasta allá fueron a parar mis cosas", cuenta. Juan Antonio, a sus 53 años, ya no tiene camas, ropa, trastos y tampoco tiene rancho. En las primeras horas del domingo 31 de mayo, el río creció tanto, que se llevó todo. Ahora, cuando ya han pasado cuatro días desde que la lluvia cesó, se sienta sobre un pedazo de silla plástica y desde ahí mira el espacio lleno de lodo y pertrechos donde antes estaba su casa. Ahí, asomando entre escombros y lodo, está un colchón celeste, húmedo, revolcado. Cree que es donde dormía.Juan es una de esas personas de las que habló la ministra de Vivienda, Michelle Sol, durante una cadena nacional del jueves 4 de junio en la que el gobierno dio cuenta de la emergencia provocada, en un primer momento, por la tormenta Amanda. "La causa es por vivir en la orilla del río. La misma necesidad ha hecho que la gente se asiente en lugares de riesgo. No ha habido una institución que les detenga, ni que les dé soluciones a viviendas dignas", dijo ella ante el gabinete de gobierno.Y sí, Juan llegó aquí sin alternativa. Ya no podía seguir pagando alquiler. Además, ¿en qué casa caben siete adultos y tres niños que se pueda pagar con sueldos de meseros, pescadores o comerciantes en pequeño? En El Salvador, un 42.6 por ciento de hogares presenta hacinamiento.Para la familia de Juan, significó una gran oportunidad venir a levantar con palos y láminas un rancho aquí, a la comunidad que lleva un nombre bien plano que suena a riesgo: Río Mar. Está habitada por 105 familias que, en el municipio de La Libertad, viven entre la ribera del Chilama y playa Punta Roca, que suele llenarse de surfistas. Entre el turismo en modo Instagram y la pobreza multidimensional hay solo unos cuantos metros.La Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Minima (FUNDASAL) desarrolló un estudio en 32 ciudades salvadoreñas y halló, en 2007, que ya había en ellas 3,000 asentamientos entre mesones, tugurios y lotificaciones irregulares. Caludia Blanco, directora ejecutiva de esta institución, señala que, ahora, ya son más y están habitados por más gente. "En estos asentamientos hay grandes carencias de hábitat y unas violaciones a los derechos humanos muy graves. No hay agua, no hay calles, la gente no tiene dónde ir al baño, no se tiene cómo dejar ir el agua", explica. La densidad de estos asentamientos aumenta cuando los hijos forman sus hogares y, por razones económicas o por limitaciones que impone la violencia social, no se pueden mudar. Así fue como Juan llegó a tener una familia...

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