LOS ECOS DEL MAÑANA

HistoriasCuando sus padres, casi al azar, lo matricularon en la Academia Británica no podían haberse enterado de que aquella decisión movida por el interés de que su hijo primogénito pudiera tener una educación primaria y media de primer nivel iba a ser un surtidor de imágenes que llegarían hasta los más remotos rincones del futuro. Una de esas imágenes estaba hoy junto a él en una de aquellas sillas tradicionales de la Shepherds Tavern, en la calle del mismo nombre de Westminster 1, en el corazón de Londres.A esa taberna esquinera, de apariencia invitadoramente clásica, había llegado aquella mañana de septiembre, ya cuando los respiros del otoño circulaban por el ambiente medio nublado. Se detuvo y entró, sin más, como si alguien estuviera invitándolo desde adentro. Se ubicó en una de las sillas altas que estaban junto al ventanal que daba a la calle, y la única persona que atendía se le acercó para preguntarle qué iba a ordenar. Pidió un doble de vodka Grey Goose en las rocas, y se puso a observar a los pocos transeúntes que pasaban. De pronto la vio y no pudo contener el impulso de salir a su encuentro:--Disculpe, ¿es usted Olivia?Ella, sorprendida, no supo qué responder, porque él estaba preguntándoselo en español en pleno Londres. Él no se dio por entendido y siguió hablándole en su idioma:--¡Disculpe, ando en busca del almacén Harrods, y pensé que usted podría orientarme!Ella, entonces, lo tomó de la mano y lo llevó hacia adelante por Park Lane, frente al Hyde Park, superpoblado de árboles invitadores a excursionar entre ellos como si la gran ciudad no existiera alrededor. Y él, en un golpe de intuición iluminadora, se detuvo sin más:--Perdón, me confundí, lo que quiero no es ir a un almacén, por deslumbrante que sea, sino internarme en un espacio verde, como en mis mejores memorias.Ella se sintió tocada a reconocer:--Sí, soy Olivia, y estoy aquí para servirte de dama de compañía.--¿Sólo de compañía?Y la pregunta pareció diluirse en el aire levemente fresco del mediodía ya casi otoñal. Las nubes de siempre eran la cobija anhelada de aquel encuentro sin previo aviso, al menos en el plano de la conciencia indagadora, porque todo aquello bien pudiera ser un ensueño puramente imaginativo que brotara de alguna laptop mental.Pero las sensaciones eran tan vivas que no podía haber duda fundada: estaban ahí, entre la vegetación inconfundible, ese mundo de hojas que les envolvía la conciencia.--¿Quieres que vayamos a alguna parte?--Sí, a mi...

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