Emperador

Cristian VillaltaGerente editorial de Grupo LPGLas películas, en especial la metralleta de cine barato sobre romanos -al género, los conocedores le denominan péplum- típico de aquellas Semanas Santas sin televisión por cable ni Netflix, grabaron en la cabeza de varias generaciones una imagen infame de los emperadores romanos, de cualquiera de ellos porque Hollywood no distinguía entre Calígula ni Trajano. El resumen de esa miseria era el condenar a muerte a gladiadores, profetas cristianos o a cualquier pobre actor arrastrado por aquellos llorosos libretos con la señal del pulgar abajo. Tal era el máximo signo de poder imperial, el disponer a discreción de la vida de quien fuese.Parece que ese gesto, el del "pollice verso"con el dedo hacia abajo pidiendo ejecución no era sino otra licencia cinematográfica y que la señal para degollar al condenado suponía el pulgar hacia arriba, en alusión a la yugular. La diferencia no vuelve menos macabro el momento en el que desde el pulvinar, el monarca soberano legitimaba su autoridad a partir del máximo monopolio de la violencia posible: ordenar un asesinato a partir de sus humores. Hacerlo entre la curiosidad, la protesta o la aclamación de la plebe, que interpretaba aquel signo de piedad o crueldad como parte de la "munera gladiatoria", el emocionante epílogo del espectáculo de los gladiadores.Aunque no se haya llegado tan lejos como Calígula, que nombró como cónsul a su caballo y se dice que le tenía más aprecio que a sus legisladores -acá ponga el lector todos los puntos suspensivos que se le ocurran-, navegamos por unos tiempos en los que toda la función pública, desde el ejercicio de la política hasta increíblemente la justicia, se han convertido en un show populista, en un remedo de la democracia antigua en la que una multitud congregada en la plaza podía decidir por unanimidad o a mano alzada sobre las cosas de su ciudad. Los políticos de la nueva ola quieren hacernos creer que la democracia sigue siendo directa de ese modo, que la multitud, los más, el pueblo ostenta el poder y que, como por arte de magia, por poco menos que unción el gobernante, el diputado o el alcalde están conectados con esa masa y son su soldado, su escudo, su...

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