Refill

Cristian VillaltaGerente editorial de Grupo LPGHartos de su miseria y de la insultante opulencia de la monarquía, los franceses abrazaron a Maximilien Robespierre desde su primer discurso al pueblo, el 8 de junio de 1794. El joven abogado prometía una revolución moral, luchar por el sufragio universal y combatir la esclavitud. Se dice que era un hombre pequeño pero que además de calzar botas procuraba lucir más alto con unas generosas plumas en su sombrero, probablemente un chambergo con el ala doblada. Eso y su grandilocuencia, su verbo potente y su retórica prometiendo pasar a todos los enemigos de la Revolución por la guillotina lo metieron en el corazón de la gente.Pero 16 mil 500 guillotinados después, los mismos que le elevaron en andas conjuraron contra Maximilien y el 26 de julio le arrestaron acusado de tirano, conspirador criminal, contrarrevolucionario y de haber perdido la razón, envilecido por el poder. Sus últimas horas fueron agónicas porque un frustrado intento de suicidio lo dejó con la mandíbula quebrada y dando unos gritos agónicos que sólo el hacha del verdugo pudo acallar.Sí. La histeria colectiva, generalmente más eficiente en contra que a favor, más activa entre más víctima, ha sido fuerza motriz en los hitos de la historia contemporánea. Y seducida por algunas expresiones políticas, las naciones han demostrado su potencial para la furia, la fuerza, la alienación y la destrucción. Por eso sucesivas generaciones de populistas y demagogos han saltado al juego del poder reconociendo que nada hay más traicionero que la popularidad.Conscientes de la volatilidad de la popularidad, los estadistas la ignoran y los políticos de poca monta la cultivan del único modo posible: mintiendo. ¿De qué otro modo se puede mantener a la gente a tu favor después de tomar las decisiones que irremediablemente afectarán su estilo de vida? Incluso si el funcionario en mención no dilapida el dinero público en locuras febriles, no lo malgasta en fruslerías, no viola la ley para favorecer a sus familiares o socios, incluso siendo un ejemplo de decencia y probidad, es imposible que la administración del poder que le confirieron no erosione la consideración de sus conciudadanos.Todos han mentido, todos han aspirado a la continuidad, a seguir en el centro del poder, participando de un modo u otro de los...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR