FE

Rutilio SilvestriNo basta aceptar internamente las verdades reveladas. También es preciso profesarlas externamente.Nos dice el Evangelio que Tomás, uno de los Doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡hemos visto al Señor! Pero él les respondió: si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré.Los Apóstoles eran poco propensos a admitir lo que excedía de los cauces de su experiencia y de su razón, y no parece que hubiesen entendido a Jesús cuando les anunciaba que resucitaría de entre los muertos. Solo así se explica la reacción de Tomás.Pero a los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús y dijo: la paz sea con vosotros. Después dijo a Tomás: trae aquí tu mano y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.Consideremos hoy la inicial incredulidad de los primeros seguidores de Cristo, y su posterior fortaleza para creer. Por eso nos dice san Josemaría: nosotros deberíamos hacer un acto de fe, que en aquellos primeros momentos, después de la Resurrección, no sabían hacer ni las santas mujeres ni los discípulos.Aunque Dios permitió que Tomás dudara en un primer momento, la Sagrada Tradición afirma que luego este Apóstol evangelizó Asia y difundió de tal modo la fe de Cristo en la India, que, a la vuelta de los siglos, muchos conservaban esa fe sin haber tenido quien les predicase.Es decir, no basta aceptar internamente las verdades reveladas. También es preciso profesarlas externamente, porque el hombre, compuesto de alma y cuerpo, afirma sus actos interiores con...

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