Cuscatlán

Cristian VillaltaGerente editorial de Grupo LPGLo mejor y lo peor de El Salvador afloró la noche del 20 de mayo, solidaridad e impunidad, humanidad y barbarie, empatía y cinismo.Esa tragedia revoloteaba desde hace años alrededor de los escenarios dedicados al fútbol, en especial los utilizados por los equipos de mayor convocatoria. Y no lo hacía a escondidas sino a los ojos de todo aquel que quisiera verlo, porque ha sido por definición un deporte caracterizado por empresarios más avaros que competentes, porque se juega en unas construcciones vetustas de propiedad municipal en las que se invierte poco o nada, y porque las instituciones privadas y públicas que deben garantizar la seguridad de esos espectáculos han visto siempre hacia otro lado.La desgracia comienza a tejerse en el momento, hace décadas, en el que los salvadoreños nos resignamos a creer que esa experiencia, la de ir a un estadio a disfrutar de un partido de fútbol podía ser incómoda, insalubre y violenta, no apta para menores ni para mujeres, y que eso era natural. A partir de esa normalización de la violencia en un espacio que tendría que ser un oasis entre la agresividad cotidiana, todo se arruina. Y por eso cuando hay partidos importantes se ha llegado al ridículo de creer que los jugadores y aficionados del "equipo visitante" deben ser tratados como si ingresaran a territorio enemigo, y se los sienta en un ghetto, y a la salida del estadio la Policía les escolta entre macanas y armas de fuego. Un despropósito absoluto.Siguiendo la misma lógica de los barrios y comunidades en las que la territorialidad se convirtió en un mecanismo de control y para hacer negocios, en el estadio se regularizó la propiedad de algunas bravas sobre tal o cual sector. En esos graderíos, por lo general los populares, los códigos sociales cambian a voluntad de los jefes de esos grupos a ciencia y paciencia de los empresarios del fútbol e incluso de los cuerpos de seguridad. Pólvora, tráfico, consumo, todo se vale ahí bajo el salvoconducto de la pertenencia.Y como fresa en la cima de ese plato envenenado cabe añadir que el concepto salvadoreño de ocio masculino está ligado a la intoxicación alcohólica y que los escenarios deportivos se han convertido tristemente en sinónimo de ingesta tanto dentro como afuera del inmueble. Efectivamente, el estadio se convirtió en una metáfora de la...

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