Dejemos a la Paz en paz

Alejandro PomaHace 35 años la sangre de un gran hombre fue derramada. Hace 35 años, mi padre Roberto Poma fue cruelmente asesinado por la guerrilla cuando él tenía 33 años. Aunque el tiempo ha pasado, el inmenso vacío que dejó en mi corazón nunca será llenado. Su imagen y su ejemplo me acompañan todos los días de mi vida; yo apenas era un niño de cuatro años cuando aquel tristísimo episodio sucedió.Antes de morir, Roberto Poma estaba en ese momento en el que se tienen más mañanas que ayeres, cuando la cabeza está llena de sueños por realizar y cuando el cuerpo y el espíritu se encuentran en la plenitud de su capacidad para concretizar esos sueños. Él estaba alcanzando su potencial y avanzando hacia el logro de su misión cuando ocurrió su secuestro y asesinato, lo cual vuelve su muerte más trágica.Imagino a los hechores repitiendo las palabras pronunciadas por los que tramaban la muerte de José y que se encuentran en el libro de Génesis, capítulo 37: "Y dijeron el uno al otro: Aquí viene el soñador... matémosle y echémosle en una cisterna, y diremos: Alguna mala bestia lo devoró; y veremos qué será de sus sueños".Ya han pasado más de tres décadas desde la muerte de mi padre y puedo asegurar que si bien es cierto que las balas acabaron con su cuerpo, no lo hicieron con sus sueños ni con los principios e ideales que él heredó e inculcó en mi hermana Gabriela y en mí. Mi padre luchaba por una sociedad más justa y solidaria. Tenía la firme convicción que trabajando en armonía, sin odios ni resentimientos, con buenas intenciones y con creatividad visionaria, era posible lograr sus propósitos. Sus sueños y metas nos inspiran y señalan el camino por donde transitamos sus hijos, sus nietos, su viuda Lucía, sus hermanos, María Elena, Ricardo, Eduardo, Ernesto y sus sobrinos.El ciclo natural de la vida es que sean los hijos los que despidan de la vida terrenal a sus padres. Siempre esa despedida es dura aunque inevitable y lógica. Pero cuando son los padres los que lloran la muerte de un hijo, no se han inventado palabras para describir ese dolor. Mis abuelos sufrieron como tantos otros padres salvadoreños que perdieron a sus hijos como resultado trágico del enfrentamiento fratricida que no debe nunca volver a ocurrir y a su vez reconozco a esos padres que siguen sufriendo a causa del continuo ciclo de violencia que aún plaga nuestra sociedad.Este enero también se cumplieron 20 años desde la firma de los Acuerdos de Paz. Más allá de las opiniones...

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