Lo que tenemos por delante es reconocernos como nación con todas las responsabilidades que eso trae consigo

David Escobar Galindodegalindo@laprensagrafica.comEl Diccionario de la Lengua Española nos presenta sencillas definiciones del término "nación". La primera de ellas dice: "Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno". La segunda: "Territorio de ese país". La tercera: "Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común". Dos conceptos surgen de inmediato de lo dicho: el concepto de comunidad y el concepto de unidad. La nación, entonces, es lo que integra y lo que une, con todas las derivaciones intelectuales y emocionales que eso trae consigo. Esto que nos dice el Diccionario es, entonces, a la vez, un reconocimiento y una invitación: el reconocimiento de la identidad y la invitación a sentirla y a vivirla como algo profundamente propio. No hay ser humano que se quede flotando en el aire después de nacer: todos somos seres de arraigo, de cualquier forma que éste se manifieste, y así lo experimentamos pese a que casi nunca tomamos el debido cuidado de ello.Por lo dicho hace un instante, la nación es el espacio físico y anímico en el que estamos destinados a arraigar, aunque no siempre se den las condiciones propicias. Volveremos sobre este punto. Ahora nos toca referirnos a otro contenido del término "nación": eso que tan a la ligera se conoce como destino, y que en verdad es la esencia de nuestro estar en el espacio y en el tiempo correspondientes a cada quien. La palabra "destino" trae de la mano todos los alientos de la autorrealización, y entonces se van abriendo las cortinas más profundas de la conciencia, para tener acceso a los trasfondos del ser, que es donde se van acumulando todos los testimonios de lo que llamamos nuestro paso por el tiempo. Y aquí hay que hacer siempre un ejercicio dilucidatorio que se concreta en una pregunta: ¿Somos nosotros los que pasamos por el tiempo o es el tiempo el que pasa por nosotros?De seguro somos seres de ida y vuelta, y el tiempo es sólo el conductor de nuestro vehículo existencial. Al ser así, lo que nos toca como entes vivos personalizados es autorreconocernos en cada momento de nuestra vida, y así ir armando el proceso propio, que es el que puede llevarnos hacia las metas congruentes con lo que somos y con lo que aspiramos a ser. Todo eso necesita tanto un escenario interno como un escenario externo, de cuya armonización constante depende que se le haga...

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