La democracia amenazada: el populismo y los algoritmos

Miguel Henrique OteroTwitter: @miguelhoteroLa democracia vive amenazas cada vez más diversas. El dilema que confrontaba dictadura y democracia, o totalitarismo y democracia, ha perdido -y continuará perdiendo- su utilidad, arrinconado por la aparición de realidades más complejas, más evidentes y más sutiles, a un mismo tiempo.Es importante advertir que las fuerzas que en América Latina condujeron a varios países a situaciones de insostenibilidad -corrupción extrema, políticas económicas destructivas, alianza con grupos de delincuentes, la politización de las fuerzas armadas, el objetivo de prolongar al costo que sea la permanencia en el poder como en Venezuela, Nicaragua y Bolivia- no han sido definitivamente derrotadas. Las lecciones no han sido aprendidas. El posible retorno del kirchnerismo al poder en Argentina, la deriva cada vez más alarmante del gobierno de López Obrador en México, la complicidad que Maduro recibe todavía de cierta izquierda en Europa, Estados Unidos y en nuestro propio continente son muestras papables de ello.La idea de que la política no está al servicio de la convivencia sostenible -de un camino sostenible hacia un posible progreso social y económico-, sino que su única legitimidad consiste en complacer las necesidades y exigencias más inmediatas del "pueblo" -por lo que un buen político populista es aquel que dice aquello que el "pueblo" quiere oír y actúa presto en ese sentido- es, en lo esencial, antidemocrática.Las democracias son una forma del tiempo. Se construyen, ajustan y renuevan a lo largo de los años y las décadas. Su fundamento es de largo plazo. Los consensos son siempre fruto de procesos de maduración. Ninguna convivencia se forja en plazos breves. Como la promesa del populista es indisociable de la inmediatez de ciertas emociones -en lo primordial, una paleta de resentimientos-, en el populismo subyace siempre la impaciencia, el apuro, la urgencia de actuar, incluso por encima de las leyes, de los deberes democráticos, como el diálogo, y actuando a contracorriente de la lógica de los procesos productivos.El simplismo característico del populista lo impulsa en contra de la realidad y del sentido común. El populista abandona los mecanismos de acuerdo, dinamita las instituciones, rompe relaciones, impone reglas y crea mecanismos que desconocen el Estado de Derecho. Tampoco escucha a los actores sociales. Ante aquello que le resiste, establece el paradigma de la polarización: yo contra ellos, ellos...

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