El divino líder y las cucarachas

Federico Hernández AguilarLos malos cabecillas políticos se aprovechan de sus seguidores."Ladrones", "sinvergüenzas", "basura", "despreciables", "delincuentes", "asquerosos", "molleras sumidas", "malditos, mil veces malditos"... Quien así profiere insultos, si se encuentra en la galería de un estadio o en la cama del pick up con que entra a repartir droga en un barrio de mala monta, estará simplemente actuando como se espera que lo haga, es decir, en el marco del grosero ecosistema en que se mueve. Ahora bien, si quien así habla es gobernante de un país, algo anda muy mal, bastante mal, tanto en ese país como en la consideración que tal gobernante tiene de su propia investidura.El trágico incidente del 31 de enero, que dejó el saldo de dos militantes del FMLN asesinados, es la consecuencia de un proceso de inoculación de odio y confrontación que no tiene precedentes en nuestra historia reciente. Se suponía que la supresión de una vida humana por razones políticas era algo superado, dejado atrás por esa benéfica inercia social que suele denominarse civilización. Pero si la barbarie del fanatismo partisano ha vuelto a asomar sus narices en El Salvador, la mano tuitera del oficialismo ha dejado demasiadas huellas como para no hacerse cargo de haber arrojado la primera piedra.Los buenos líderes políticos, sobre todo si cuentan con numerosos seguidores, contraen una responsabilidad enorme, precisamente porque saben que no les será posible controlar a la gente una vez desatada esa fugaz vorágine de pasiones llamada "popularidad". Por tanto, a sabiendas de lo que puede provocar con su imprudencia o su impulsividad, el verdadero estadista es aquel que mide sus acciones y palabras con la regla estricta de la moderación.Nada de eso, por desgracia, hemos tenido en el gobierno desde el 1 de junio de 2019. La regla ha sido la conducta contraria: prepotencia, sectarismo, abuso de poder...