Domingo de Ramos

Rutilio Silvestrirsilvestrir@gmail.com"Esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo -dijo el papa Francisco en una de sus homilías-, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente el relato del evangelio sobre su Pasión".Por eso sentimos ese doloroso contraste y experimentamos en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén.El Evangelio de San Mateo describe a Jesús bajando del monte de los Olivos montado en una burrita, que nadie había montado nunca; se hace hincapié en el entusiasmo de los discípulos, que acompañan al Maestro con ramos de olivo.Y podemos imaginarnos con razón cómo los muchachos y jóvenes de la ciudad se dejaron contagiar de este ambiente, uniéndose al cortejo con sus gritos. Jesús mismo ve en esta alegre bienvenida una fuerza irresistible querida por Dios, y a los fariseos escandalizados les responde: "Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras".Pero este Jesús, que según las Escrituras, entra de esa manera en la Ciudad Santa, no siembra falsas ilusiones, todo lo contrario: es un Mesías bien definido, con la fisonomía concreta del siervo de Dios y del hombre que va a la pasión; es el gran Paciente del dolor humano.Así, al mismo tiempo que también nosotros festejamos a nuestro Rey, pensamos en el sufrimiento que él tendrá que sufrir en esta Semana. Pensamos en las calumnias, los ultrajes, los engaños, las traiciones, el abandono, el juicio inicuo, los golpes, los azotes, la corona de...

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