Sobre mitómanos y políticos

Fecha de publicación23 Marzo 2024
José Miguel Fortín-Magaña Leiva
Médico psiquiatra
La mitomanía o pseudología fantástica se define como la conducta compulsiva que inconscientemente impulsa al individuo a mentir, quien llega a creer tales embustes a fuerza de repetirlos. Se trata de un trastorno psiquiátrico, que igual que la sociopatía no compromete la libertad del individuo, y por tanto, quien la padece, mantiene la voluntad y es por ende responsable de sus acciones.
Resulta curioso que los mitómanos llegan a decir tales patrañas, que son hasta ridículas para quien las oye, aun cuando quien las dice, como lo hemos dicho, las puede terminar creyendo.
San Agustín de Hipona es quien a mi juicio define mejor la mentira, distinguiéndola del error o de la equivocación, al argüir que esta requiere necesariamente del deseo de engañar a los demás, y por tanto implica la libre volición. Según el santo, mentir es decir lo contrario a lo que se cree con el ánimo de engañar a otros.
Del otro lado, los políticos inescrupulosos se han distinguido por el descaro y la sinvergüenzada delante de las promesas de campaña que nunca cumplirán. Pero estos, si bien adolecen de un trastorno psiquiátrico, el mismo se trata de una forma de psicopatía y no de pseudología fantástica, ya que saben perfectamente que mienten y lo hacen solo para engatusar a sus electores, a los que desprecian y utilizan únicamente como números de votación, o para señalar popularidad en las encuestas.
Sin embargo, unos pocos políticos, sociópatas en cuanto a la carencia de emociones y empatía, e incapaces de sentir culpa, por algún giro curioso de la psiquiatría, llegan a sostener ambas dolencias, conservando la capacidad de comprensión entre el bien y el mal, y la responsabilidad subsecuente.
A este punto, vale la pena aclarar que los términos psicopatía, sociopatía y trastorno antisocial o disocial son sinónimos, y aparecieron en la historia, primero por autores como Pinel, quien llamó a estas personas psicópatas por primera vez, o Kurt Schneider, quien intentó clasificarlos según su gravedad, en el siglo XIX; o más adelante, de acuerdo con las diferentes clasificaciones de la Academia Americana de Psiquiatría. De tal forma que en el manual DSM III no se distinguía entre la sociopatía y el término acuñado por Pinel, y posteriormente el DSM IV y el 5, le llamarían trastorno antisocial; o el CIE 10 que le nombrará trastorno disocial.
Lo interesante no es el término, que los psiquiatras forenses sí distinguen según su peligrosidad, sino el hecho...

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