La orden es pulverizar a Muyshondt

Federico Hernández AguilarEscritor y columnista de LA PRENSA GRÁFICAAl salir del juzgado que le negó el arresto domiciliar que pedía por motivos de salud, las explosivas declaraciones del exalcalde Ernesto Muyshondt ofrecen razones suficientes para alarmar a cualquier sociedad con estándares mínimos de civilidad, empatía y dignidad humana. Llega un momento en que el abuso de poder sobrepasa los límites de lo tolerable y se coloca por encima de las meras diferencias políticas, reduciendo todo a la brutal realidad de una víctima inerme ante su cruel victimario. En el caso que nos ocupa, por la desproporcionada asimetría existente, es imposible no solidarizarse con esta debilitada persona a la que el Estado ha enfilado su abundante capacidad destructiva.Como es de sobra conocido, no me cuento entre los simpatizantes de Ernesto Muyshondt. Señalé sin rodeos los tremendos errores que cometió en su triste papel de dirigente de ARENA y fui muy crítico de sus oportunistas acercamientos a Nayib Bukele luego de haber tenido la oportunidad -¡y el deber!- de trasparentar la gestión edilicia del ahora presidente, una gestión de cuya probidad jamás tuvimos los capitalinos adecuada rendición de cuentas. Por esas y otras razones, estoy convencido de que Muyshondt está sufriendo las consecuencias de su propia ambición y de la ingenuidad con que quiso ocupar espacios para los que nunca tuvo capacidad ni merecimientos.Pero una cosa es reconocer el mal desempeño y los defectos de un político y otra muy distinta es contemplar impasible cómo el poder se ensaña con él hasta hacerlo picadillo. Ningún error debe pagarse tan caro que lleve a la pérdida del sentido de dignidad de una persona. Y a Ernesto Muyshondt, en nombre nuestro, el Estado salvadoreño le está negando su derecho a ser tratado como un ser humano. No existe otra forma de verlo, a menos que hayamos perdido hasta el más pequeño vestigio de...