En nuestro país la delincuencia pandilleril creció hasta límites increíbles, y el control de dicha plaga social exige grandes esfuerzos de todo tipo

David Escobar GalindoColumnista de LA PRENSA GRÁFICAA los que venimos de épocas anteriores a la actual -desde los años 40, 50, 60 y 70 del pasado siglo, para precisar-, el explosivo brote de inseguridad que se ha visto crecer en los decenios posteriores nos hace sentirnos hoy en un escenario histórico donde todas las irregularidades y todos los trastornos van ganando terreno, hasta traspasar los límites de lo inverosímil. Para el caso, en el San Salvador de entonces se podía transitar por las calles tanto céntricas como marginales sin ningún peligro ni amenaza, lo cual para los que han llegado después es una especie de fantasía de personas mayores. Pero en verdad era así, pues, según nos recuerda a diario la sabiduría popular en aquel dicho común: "Nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde". Y vaya si no hemos perdido eso que asumíamos como normalidad natural, y que las circunstancias de los tiempos recientes han puesto en el plano de la ilusión.Las pandillas, que han podido hacer de las suyas por tanto tiempo, se fueron volviendo una especie de poder criminal paralelo al poder legal, con todas las consecuencias que siguen estando a la vista. Erradicar dicha lacra destructiva requerirá inquebrantable voluntad, precisión extrema en el enfoque de lo que acontece y un significativo complemento de estrategia que no deje ningún cabo suelto. Se debe buscar con proyección y determinación que la ley impere como lo que es: la norma práctica que rige todas las conductas sociales e individuales, sin ningún factor paralelo que interfiera en su función. Y esto, sobre todo cuando se viene de condiciones tan disolventes como las que hemos vivido y aún en gran medida vivimos, es una prueba de resistencia superior para cualquier sociedad, incluyendo por supuesto la nuestra.Y así surge la pregunta del millón en este tema: ¿Cuál debe ser la estrategia que impere y que funcione para impulsar de veras el propósito de que la seguridad le llegue a ganar la debida ventaja al crimen en todas las expresiones de éste, hasta por fin lograr que se desintegre sin retorno? Desafortunadamente, a nuestro estilo que se repite desde siempre, no hay una línea de acción organizada, que permita ir sacando resultados de lo que se hace y activando valoraciones prácticas de lo que hay que hacer para que puedan darse frutos normalizadores progresivos. El bache radica en la conflictividad imperante en el ambiente político, que no deja ver con análisis crítico y con realismo...

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