EN LA TERTULIA DE LOS OLVIDADOS TODOS TENEMOS UN PUESTO DEFINIDO DESDE SIEMPRE
HistoriasA lo lejos se oían difusos estruenos de cohetería porque de seguro había alguna celebración o conmemoración en los alrededores. Él se asomó a la ventana, y no se veía nada desde ahí. Pero se quedó un par de minutos, como a la espera de algo, y ese algo se le presentó en la figura de un desconocido que iba por la acera de la calle que pasaba cuatro pisos abajo. Se quedó observándolo, y de pronto tuvo un click: sí lo conocía, era Abelardo, su más antiguo compañero de trabajo, a quien no veía desde hacía muchos años.Bajó de prisa, antes de que el transeúnte se fuera de largo. Y le costó más de lo común alcanzarlo. En una de las esquinas próximas logró llegar junto a él:--¡Hola, Abelardo! ¿Sos vos, verdad? ¡Hacía tanto tiempo!El aludido se detuvo, como si estuviera ante un fantasma.--¡Sí, hombre, soy yo! ¿No te acordás de mí? No me digás que tenés Alzheimer.Ambos se rieron. La noche había aclarado de repente, y se veían cara a cara.--¡Claro que me acuerdo! Eras aquel bicho que se la pasaba escribiendo mientras yo jugaba fútbol a diario. ¿Qué ha sido de tu vida?--Poca cosa. Me sostengo, pero no he prosperado en nada. ¿Y vos?--Igual digo. Soy el mismo de siempre: he ido de trabajo en trabajo, no puedo tomar nada a pecho, sigo prefiriendo sobre todo las chavas virgas.--¡Ah, pues estamos en las mismas!--¡Vamos, pues, a tomar algo fuerte por ahí, para celebrar la perfecta afinidad!Era tarde de sábado, y lo normal era que se quedara en la casa revisando papeles u ordenando objetos. Así lo había hecho la vida entera desde que se juntó con Lucía y se fueron a vivir juntos para hacer familia. Los años pasaron, y la familia nunca llegó; así que estaban ahí en la rutina simple de una pareja que sólo se tenía a sí misma. Pero sin imaginárselo, ya cuando la edad de ambos estaba llegando a la plena madurez, ella comenzó a experimentar señales de algo que ya se hallaba en el borde de lo inverosímil: Lucía estaba preñada, así, con una certeza que no admitía dudas.--¿Y ahora qué vamos a hacer? -preguntó él, con ingenuidad inesperada.--Pues recibir al niño o a la niña como lo más natural del mundo -respondió ella sonriendo, tal si hubiera estado esperando el hecho como algo inevitable.Aquel sábado, Lucía se fue a departir con sus amigas más próximas de toda la vida y él se quedó en casa, en lo suyo. Las horas fueron pasando con la rapidez de siempre, y ya de noche ella regresó silenciosa y él la recibió con respiración alterada. Era claro que algo...
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